martes, 21 de agosto de 2018

LA MARAVILLA QUE ES EL CEREBRO HUMANO Y COMO INTERACTÚA EN LAS ENFERMEDADES


El doctor Carmine Clemente es el autor de un texto de anatomía de uso muy extendido, y también de una versión actualizada de la famosa Gray's Anatomy, un texto básico de las facultades de medicina desde hace un siglo o más. Se incorporó a la UCLA en 1952, como instructor en anatomía en la recién fundada Facultad de Medicina, y fue ascendiendo hasta llegar en 1963 a profesor y catedrático del Departamento de Anatomía, un cargo que ocupó durante diez años.
 
Los estudiantes de medicina de la UCLA han sido los beneficiarios de los conocimientos y la sabiduría que ha ido acumulando a lo largo de treinta y cinco años de enseñanza de la anatomía, y los logros del doctor Clemente en la investigación anatómica y neurológica han sido reconocidos con la concesión de muchos y prestigiosos premios.
 
Durante once años, a partir de 1976, dirigió el Instituto de Investigación Cerebral en la UCLA, un reto que afrontó con altura. El Instituto está situado en un edificio de diez plantas, con cabida para ciento treinta y cinco laboratorios, donde ciento cuarenta miembros del cuerpo de profesores se dedican a la ciencia neurológica o investigación del cerebro.
 
Bajo la dirección del doctor Clemente, la tarea central del Instituto ha tenido como principal misión el trabajo más fascinante del mundo: enseñar al cerebro humano a autoescudriñarse. El Instituto intentaba usar la inteligencia humana para entender la fuente y los modos de operación de la inteligencia. Era una empresa formidable.
 
Ni siquiera el universo, con sus innumerables millones de galaxias, representa una maravilla ni una complejidad mayores que ese espejo del infinito que es el cerebro humano. Su extensión, su alcance y su capacidad de crecimiento creativo no conocen límites. Hace posibles perspectivas y percepciones nuevas, e ilumina el camino hacia más claras esperanzas en los asuntos humanos.


Si se pudieran grabar todas las impresiones y recuerdos almacenados en el cerebro de una persona promedio de cincuenta años de edad, la longitud de la cinta sería tal que podría recorrer varias veces la distancia de la tierra a la luna. De hecho, es posible que jamás se pueda hacer un inventario exhaustivo del contenido de la memoria del cerebro humano, ya que las impresiones nuevas entrarían con más rapidez de la que se podría alcanzar para identificar las antiguas.
 
Mucho se ha hablado sobre la capacidad de la memoria de los ordenadores, pero no se ha diseñado ningún ordenador que pueda igualar la capacidad potencial del cerebro humano. Se ha saludado a los conductores y semiconductores de silicona como al logro supremo de la tecnología, pero en lo que respecta a su funcionamiento, estos chips son muy inferiores a las neuronas de nuestro cerebro. El cerebro humano preside ese país de las maravillas de la biología que es el cuerpo humano.
 
El cerebro promedio pesa aproximadamente mil doscientos gramos, lo que representa alrededor de un dos por ciento del peso total del cuerpo, pese a lo cual consume más del veinte por ciento del oxígeno. El cerebro hace la mayor parte de su trabajo mediante sus neuronas, demasiado pequeñas para que se las pueda medir o pesar. Nadie sabe cuántas neuronas hay en el cerebro. Las estimaciones ascienden de modo vertiginoso década tras década. Todavía en época tan reciente como 1950, los investigadores creían estar exagerando cuando calculaban que podía albergar hasta mil millones de neuronas. En la actualidad, las estimaciones van desde los cincuenta mil a los cien mil millones. Estas neuronas son las conductoras de un tráfico de millones de señales.
 
El cerebro de un escritor que está buscando la palabra exacta puede desencadenar millones de reacciones electroquímicas. El mismo proceso se da cuando visualizamos el rostro de una persona que conocemos. En pocas palabras, en nuestras horas de vigilia, a cada segundo destellan en el cerebro innumerables señales.
 
Encadenar nuestros pensamientos en secuencias representa una vasta actividad neuronal. El principal centro de control del cerebro es el hipotálamo, un eslabón vital entre cuerpo y cerebro. Su situación debajo de la corteza cerebral y sobre la columna parece sumamente apropiada para este fin. Allí es donde se localizan los impulsos básicos del cuerpo: el sexo, el hambre, la conciencia del peligro, etcétera.
 
Un control similar ejerce el hipotálamo sobre la glándula pituitaria, que rige la producción y la circulación de hormonas en todo el cuerpo. Las emociones comienzan con una entrada sensorial proveniente del sistema nervioso. El doctor Clemente ha descrito con elocuencia esta transmisión de la información:
 
«El contacto de la mano de un colega del laboratorio con quien no tenemos un vínculo emocional produce un tipo de entrada emocional muy diferente del generado, digamos, por el contacto de la mano de un amante. Lo que eso significa es que los nervios de todo el cuerpo pueden participar en la transmisión de información al cerebro; información proveniente de los cinco sentidos y de los órganos, información sobre el movimiento corporal e información de naturaleza emocional. Ahora se ha hecho evidente que muchas otras sustancias que circulan en la sangre, además de las hormonas, también hacen contacto directo con los centros cerebrales».
 
Toda esta entrada sensorial, que se inicia en el cerebro, tiene efectos sobre todo el cuerpo. El funcionamiento cerebral es fascinante en la forma en que hace sus registros sobre el sistema inmunitario. De esta manera, nuestros pensamientos pueden tener efecto sobre nuestra salud y sobre nuestra capacidad de hacer retroceder la enfermedad.
 
Las células cerebrales y las células inmuno-competentes están dotadas de modo que puedan comunicarse directamente entre sí. Estas conexiones son tan íntimas que, según la doctora Elena A. Komeva, del Instituto de Medicina Experimental de Leningrado, la estimulación del frente del hipotálamo (el cual interviene en la moderación de las emociones y la capacidad del cuerpo para absorber nutrientes para el proceso de sanación) aumenta la capacidad inmunitaria del cuerpo, en tanto que la parte dorsal del hipotálamo (que se relaciona con el estrés, como en la respuesta "de ataque o fuga») debilita el desempeño de las células del sistema inmunológico que luchan contra la enfermedad.


 
El doctor Viktor M. Klimenko, un colega de la doctora Korneva, ha demostrado que a su vez las respuestas inmunitarias causan cambios químicos y eléctricos en el cerebro. El cerebro es el único órgano del cuerpo absolutamente esencial para la identidad individual. Si tenemos un fallo renal, hepático o incluso cardíaco, podemos sometemos a un trasplante y seguir manteniendo nuestro sentimiento de nosotros mismos: de quiénes somos, qué es lo que hemos hecho o queremos hacer, un conocimiento de nuestros compromisos y de nuestras aspiraciones. Pero si hubiéramos de adquirir un cerebro nuevo (suponiendo que la ciencia médica pudiera resolver los problemas increíblemente complejos que lleva implícitos un trasplante de cerebro) adquiriríamos también una personalidad nueva.
 
Hubo una época en la que se aceptaba en términos generales una visión del cuerpo humano como algo susceptible de ser dividido en compartimientos. El conocimiento más reciente de los vínculos anatómicos y funcionales entre cerebro y cuerpo apunta en una dirección diferente. En la actualidad, los investigadores del cerebro creen que lo que sucede en el cuerpo puede afectar al cerebro, y lo que sucede en el cerebro puede afectar al cuerpo. La esperanza, el propósito y la determinación no son simplemente estados mentales. Tienen conexiones electroquímicas que desempeñan un importante papel en el funcionamiento del sistema inmunitario y, más aún, en la economía total de todo el organismo humano. Dicho brevemente, no es anticientífico hablar de una biología de la esperanza, o de cualquier otra de las emociones positivas.
 
El estado emocional del paciente tiene efectos específicos sobre los mecanismos que están en juego en la salud y en la enfermedad. Por lo tanto, el médico moderno no se limita a los síntomas físicos cuando se trata de diagnosticar o de tratar una enfermedad, sino que indaga cuáles son los posibles factores emocionales o de estrés. No prescribe pensando solamente en la farmacia o en las muestras de su maletín, sino también en ese magnífico farmacéutico que es el cerebro humano, capaz de activar y potenciar el sistema de curación.
 
Las emociones (esperanza, fe, amor, voluntad de vivir, ánimo festivo, sentido lúdico de la vida, propósito y determinación) son poderosas prescripciones bioquímicas. Entretanto, podemos contemplar el hecho de que no usamos plenamente nuestro cerebro. Nadie sabe cuáles son los límites de la capacidad funcional del cerebro humano. Es lógico creer que hay límites para todo, pero los investigadores que han estado indagando en esta cuestión informan que sus estudios no han revelado todavía que haya una clave de los límites funcionales del cerebro. La capacidad de reserva del mismo, por consiguiente, representa la suprema ventaja de la especie humana para enfrentar cualquier problema o reto, por más complejo que éste sea, que pueda reservarle el futuro.
 
El hecho más tranquilizador de la vida es que la especie humana está a la altura de sus necesidades; no hay problema, por más grande o complejo que sea, que exceda la capacidad de respuesta humana. Quizá lo más significativo de todo lo que sabemos sobre el cerebro sea que permite al individuo hacer algo que nadie ha hecho antes. Mientras siga siendo así, los seres humanos somos la especie más privilegiada de la tierra.
 
Desde que los investigadores científicos empezaron a adentrarse en la estructura y la función del cerebro humano, la principal corriente de investigación se ha orientado hacia la conciencia y el conocimiento. Como ya se ha dicho, en el siglo pasado se han producido descubrimientos que subrayan el papel glandular del cerebro. En realidad, estos nuevos descubrimientos apuntan a la probabilidad de que el cerebro sea la glándula más prolífica del cuerpo humano, puesto que produce o activa unas tres docenas de secreciones. Tiene también la capacidad de combinarlas, lo que significa que son literalmente miles de recetas las que puede «escribir» el cerebro para responder a las necesidades del cuerpo. Algunas de estas secreciones (las endorfinas y las encefalinas) actúan como los analgésicos propios del cuerpo, además de que es probable que les corresponda un papel en la regulación de la función inmunitaria y de los crecimientos tumorales.
 
Por ejemplo, el doctor Nicholas P. Plotnikoff, de la Universidad de Illinois, ha descubierto que en los pacientes afectos de cáncer y de SIDA, la alteración del nivel de encefalinas determina que las respuestas inmunitarias se vean favorecidas o disminuidas. Otras secreciones, como los interferones, que son producidos tanto por el cerebro como por el sistema inmunitario, tienen una función inmunológica general. Al principio se pensó que desempeñaban un papel limitado a combatir las infecciones, pero investigaciones posteriores establecieron el hecho de que los interferones no sólo podían atacar a los virus, sino también inhibir el crecimiento de ciertas células tumorales y movilizar otras defensas inmunológicas contra el cáncer.
 
El cerebro humano sirve como puesto de control de millones de mensajeros que llevan instrucciones a los órganos del cuerpo sin interferir con la inteligencia consciente. Las últimas investigaciones tienden a insistir más bien en la «comunicación» que en la «conexión» para describir el proceso mediante el cual el cerebro interactúa con el cuerpo. Este sistema de comunicación de doble vía es tan variado, complejo y activo como las operaciones de cualquier torre de control en los aeropuertos más grandes del mundo. Las directrices que suministra el cerebro viajan por vías electroquímicas sumamente recargadas de tráfico, que aumenta por la incorporación de sustancias activadoras específicas. Por ejemplo, la doctora Candace B. Pert, del Instituto Nacional de Salud Mental (de Estados Unidos), ha llevado a cabo una investigación que indica que ciertas sustancias semejantes a hormonas, conocidas como neuropéptidos, sirven como portadores de información para coordinar las funciones del cerebro, las glándulas y el sistema inmunitario. Se refiere a los neuropéptidos como a los «bioquímicos de las emociones» o sea sustancias que ayudan a traducir las emociones en sucesos corporales.
 
La doctora Pert ha demostrado que el sistema límbico (que es la sede de las emociones en el cerebro) es un punto focal de receptores para los neuropéptidos. También el revestimiento de los intestinos, en su totalidad, está generosamente impregnado de neuropéptidos y de receptores neuropéptidos, cosa que Pert relaciona con el hecho de que muchas personas experimenten las emociones como un "sentimiento visceral". Además, su marido y colega, el doctor Michael Ruff, ha descubierto que todo receptor neuropéptido (en total existen por lo menos cincuenta o sesenta) se fija en células del sistema inmunitario. Estas células también son capaces de producir neuropéptidos.
 
Uno de los aspectos más interesantes de las múltiples actividades del cerebro es la activación de los sistemas de respaldo del cuerpo. Por ejemplo, si una parte del sistema respiratorio funciona mal, el cerebro encarga a otras que la refuercen. El fallo de un pulmón supone un aumento en la función del otro. Lo mismo pasa con los riñones, y las pruebas de que en circunstancias de bloqueo arterial el corazón puede hacerse su propio bypass son cada vez más evidentes. El estrechamiento de las arterias del corazón puede ser resultado de una dieta rica en grasas y en colesterol, y de un estilo de vida estresante y pobre en ejercicio. Pero a veces, la eliminación de estos fallos puede producir un bypass natural por el cual el corazón recibe un mayor suministro de oxígeno mediante una copiosa red de nuevos vasos sanguíneos. Las víctimas de ataques cardíacos que son capaces de adoptar diligentemente un nuevo estilo de vida tienen buenas oportunidades de cosechar estos beneficios. El cerebro es el puesto de mando que dirige estas funciones.
 
Una de las cuestiones más fascinantes con que se enfrentan los investigadores médicos se relaciona con el sistema de autodefensa del organismo en casos de fallos parciales del sistema inmunitario. La principal característica del SIDA, por ejemplo, es que deja fuera de combate a los linfocitos T helper. Esta brecha abierta en las defensas del cuerpo deja el camino expedito a una amplia variedad de microorganismos atacantes. El punto de vista que prevalece es el de que el fallo de los linfocitos T helper no va acompañado por un incremento de la actividad de otras células inmuno-competentes, pero el doctor George F. Solomon, de la UCLA, y sus colaboradores en la investigación han venido reuniendo pruebas de que el sistema inmunitario no queda del todo indefenso tras la destrucción de los linfocitos T helper.
 
Al estudiar a pacientes afectos de SIDA que han vivido mucho más tiempo del que les asignaba el diagnóstico original, Solomon descubrió y documentó un incremento en la actividad de la amplia variedad de células inmuno-competentes que no han sido atacadas de forma directa por el virus. ¿A. qué puede deberse el hecho de que este aumento de la actividad inmunitaria sea más visible en algunos pacientes afectos de SIDA que en otros?
 
Aquí aparece a la vista un hecho significativo. Al parecer, los pacientes con SIDA que viven mucho más allá del tiempo que les fue pronosticado tienen algunos rasgos comunes. Quizá la más importante de estas características sea la negativa a aceptar el veredicto como algo absolutamente inevitable. Como los pacientes afectos de cáncer en la Comunidad del Bienestar, que no niegan el diagnóstico, sino que desafían el desenlace fatal que supuestamente lo acompaña, los pacientes con SIDA estudiados por Solomon muestran una determinación imperturbable a perseverar y a prevalecer. No aceptan el fatalismo tan característico de la opinión pública respecto de esta enfermedad, sino que se ofrecen unos a otros apoyo emocional, y sus horizontes personales no están oscurecidos por el derrotismo e ideas fatalistas. Cabe preguntarse si el cerebro humano es realmente capaz de convertir las actitudes en cambios específicos en el sistema inmunológico.
 
La orgullosa determinación tan característica de estos pacientes no es un factor que se pueda pasar por alto en ninguna evaluación de su estado. Hace medio siglo, la ciencia médica aprendió del doctor Walter Cannon que esos estados emocionales exaltados pueden estimular el bazo, con el correspondiente aumento en la población de glóbulos rojos. Hoy sabemos que el bazo desempeña un papel en el funcionamiento del sistema inmunitario como tal.
 
Con esto no estoy diciendo que la respuesta al SIDA esté en evitar las actitudes derrotistas. Lo que esto significa es que cualquier progreso en la lucha contra la enfermedad no sólo pone en juego la negación, sino una enérgica determinación a hacer lo más y lo mejor posible de todo lo que esté a nuestro alcance.
 
 

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