Los chinos, que al parecer llevan cultivando el ginkgo desde el siglo XI d.C., no tardaron en incluirlo en su lista de plantas medicinales imprescindibles. La principal causa de esta aceptación no fue la impresionante antigüedad de la especie (entonces desconocida), sino la robustez y proverbial resistencia del árbol.
Sus hojas, que parecen dos abanicos divergentes e inseparablemente unidos, reflejan el principio básico de la filosofía china: la teoría del yin y el yang. Se trata de la representación de lo masculino y lo femenino, y la ley de los polos opuestos que todo lo engendran y todo lo rigen.
Se comprende fácilmente que los chinos, al igual que harían luego los japoneses, veneraran al ginkgo por sus cualidades insólitas. Además, solían atribuirle poderes curativos y mágicos. En consecuencia, los tratados sobre el ginkgo aparecen en todas las obras importantes de la medicina china redactadas a partir del siglo XI. En estos libros se recomiendan especialmente las semillas, por ser un remedio de múltiples aplicaciones.