No son aún las nueve de la mañana y el día ya anda descarrilado. Los niños no querían levantarse para ir al colegio, y cuando por fin uno consigue que se vistan, desayunen y salgan de casa ya listos, el coche no arranca. La batería se ha descargado. El estrés es un intruso silencioso.
Forma parte de nuestra vida cotidiana y nos puede afectar física, emocional y espiritualmente.
En el complejo y ajetreado mundo de hoy, nos enfrentamos continuamente a presiones laborales, conflictos, decisiones importantes que tomar y la incesante urgencia económica.
Las condiciones ambientales, algo tan simple como demasiado calor o demasiado frío, también nos provocan estrés. Los traumas causan tanta tensión corporal como las enfermedades y las toxinas.
El organismo posee su propio sistema de regulación para afrontar las tensiones de la vida diaria, pero a veces, cuando los problemas se amontonan y nos intimidan, el estrés es inevitable. Por tanto, en mayor o menor grado, todos estamos sujetos a él y si no se solventan sus efectos, puede acortarnos la vida e incluso acabar con ella.