jueves, 5 de enero de 2017

SUPERSTICIONES RELIGIOSAS DE LAS PLANTAS


Las personas religiosas de todo el mundo tienen frutas y árboles en sus cosmogonías, y el estudio de las plantas abre un documento humano muy singular en su revelación de ésa complacencia propia que asume que la tierra es estrictamente propiedad humana en la cual todo está al servicio del hombre, y nada existe de su propio derecho.
 
De esta moción salió la doctrina de las firmas  "un sistema para descubrir el uso medicinal de las plantas por medio de algo de su apariencia externa que semeje la enfermedad que va a curar".
 
Por ejemplo:
 
- Las hojas del álamo temblón temblaban y por lo tanto debían ser buenas para la parálisis temblante.
 
- La borraja tiene una semilla dura de manera que se recetó para los cálculos.
 
- El saxífrago crece en las grietas de las rocas, de manera que puede romper los depósitos conocidos como piedra en el hígado.
 
- Los nudos de escrofularia se recetaron para los ganglios escrofulus.
 
- Las plumas de la escabiosa para la lepra.
 
- Las hojas manchadas de la pulmonaria para consunción.
 
- El té de urticaria para la urticaria de la piel.
 
- La raíz de sangre para la disentería.
 
- La cúrcuma para la ictericia, debido al color amarillento de la piel.
 
- La acedera que tiene una hoja acorazonada fue un cordial o restaurador del corazón.
 
- La hepática corregía un hígado perezoso.
 
- El dragón era la cura de la picada de culebra.
 
- La brionia curaba la hidropesía, porque su raíz tenía la forma de un pie inflamado.
 
Todas las flores que llevaban el nombre de una dama eran dedicados a Nuestra Señora la Virgen. Tales son la sandalia de la dama, la mano de la dama, los rizos de la dama, la camisa de la dama, el manto de la dama, paja de la cama de la dama, el ancla de la dama, el peine de la dama, el cojín de la dama, el dedo de la dama, la bola mágica de la dama, el sello de la dama, el dedal de la dama y el pulgar de la dama.
 
Las Influencias benéficas ejercidas por las plantas así dichosamente llamadas o asociadas fueron demostradas en un alto grado de superstición crecidas de las marcas místicas o significantes, pero la santificación de las plantas por su asociación con los santos y ángeles no era cosa nueva en el tiempo del Cristianismo.

Los Dioses ocultos tenían sus flores favoritas y la primera guirnalda, fue trenzada de los árboles del cielo por la Venus india, Cri, que la puso en la cabeza del elefante de Indra. El animal intoxicado con el perfume, tiró la corona al suelo, enfadando tanto a Shiva que maldijo a Indra por permitir tal sacrilegio y le arrojó a él a la tierra también, condenándole así a perder su vigor, y a todas las plantas de la tierra a perder su vida perdurable.
 
Los Griegos y Romanos sembraban flores sagradas en sus jardines, aquella amadas especialmente por los griegos, incluyendo la rosa, el lirio, la violeta, la anémona el tomillo, el meliloto, el azafrán, la manzanilla, el similar, el jacinto, el narciso, el crisantemo, el laurel, el mirto, y la menta.
 
El laurel, el narciso, el jacinto, el mirto, el ciprés y el pino fueron ninfas o jóvenes transformados de formas humanas; la menta era una mujer a quien Pluto adoró; la morera estaba manchada con la sangre de los amantes; las lágrimas de Licurgo engendraron al repollo. La planta nació del dedo pulgar de Diómedes. El loto rosado nació de la sangre de un león degollado por Adrián. La vid nació, de milagro, cerca del Olimpo, y los deportes y ceremonias de los festivales del Parnaso eran perpetuados como memorias de desvanecientes en el uso de la eucaristía y de la coma del amor.
 
A los investigadores antiguos les tomó largo tiempo deshacerse de la repugnancia que sentían de tener que hacer uso de las plantas asociadas con daño o violencia legendaria; indudablemente, observaciones seguras de los efectos curativos de los jugos y bebedizos de las plantas es asunto de épocas recientes, aún cuando encontramos muestras de estudios terapéuticos en otros siglos.
 
El Romero no tuvo "firma" pero descubrimos razones para su uso, fuera que su efecto concordara con su alegación o no, al ser recetado para que lo llevaran los de un duelo o los que atendían un funeral hace doscientos años, su olor siendo repugnante a las "afluencias mórbidas" del, cuerpo. También se quemaba en los dormitorios de los enfermos con fiebre. Así con el tiempo, este romero (realmente rosa marina) llegó a ser una demostración que se usa para recordar a los muertos, y más tarde se le dio fama de estimulante para todos los recuerdos.

Los venenos parecen haber sido estudiados tan temprano como simples. Cosas prohibidas de lo oscuro se usaron en los encantamientos, y los misterios del demonio y los actos mágicos no hubieran podido practicarse sin materia vegetal.
 
El napelo se usó para provocar la fiebre; la dulcamara moribunda causaba la visión de fantasmas; el beleño ponía a sus víctimas en terribles convulsiones; la dulcamara causaba erupciones de la piel. El azafrán de prado o bellorita y el eléboro negro afectaban los nervios y hacían que las víctimas se hincharan en proporciones nunca vistas; La brionia hacía sangre la nariz; las semillas de eufrasia provocaban el reumatismo en los huesos.
 
Mayores y más finos medios se leen en las viejas leyendas de las plantas, y la universidad de ciertos mitos se expresa en la concurrencia de ideas en el comienzo de las grandes religiones. Una de las grandes figuras en la más importante cosmogonía es un árbol de la vida guardado por una serpiente. En la religión judía este fue el árbol del jardín del Edén; los escandinavos lo hicieron un fresno, Ygdrasil; los cristianos especificaban el árbol como un manzano, los hindúes como una asclepia; los persas como un homo, los camboyanos como un tolok; este árbol antiguo es la vid de Baco, la enredadera de las Edas, el bohidruma de Buda, el higo de Isaías, el árbol de Esculapio con la serpiente  enrollada a su  tronco.
 
Una corona de espinas trae a la mente la agonía y crucifixión de Cristo, y algunas de ellas se usan hasta nuestros días. Por ejemplo, en Austria se cree que el espino blanco y el espino negro fueron los materiales de la corona de tortura de Cristo, así el Viernes Santo hacen una represalia en la cual los cristianos malos ponen "manzanas espinosas" en el pelo de los pequeños judíos.
 
La verdadera corona, dicen los creyentes que pasó a las manos de Baldwin que la dio a San Luis. Aquel rey la recibió como un penitente, descalzo y cubierto con una camisa de pelo, la usó llevándola a París en esplendor y solemnidad y construyó aquella pieza perfecta de la arquitectura gótica, la Santa Capilla, como estuche de la reliquia, aún cuando algunas de las espinas fueron dadas a otras iglesias, y se han multiplicado maravillosamente como se han multiplicado los fragmentos de la verdadera cruz.
 
El espino blanco está cubierto de flores blancas en la primavera, a tal extremo que es difícil ver las espinas, pero éstas causan heridas dolorosas. En el camino del Calvario, un ave bajó a la cabeza de la víctima y sacó la espina que estaba enterrada en su ceja. La sangre santa tiñó las plumas del ave que ha llevado desde entonces esa marca y al cual llamamos petirrojo. El espino blanco florece a menudo en el invierno inglés no muy severo, y el famoso espino de Glastonbury generalmente se llena de flores en Navidad; por lo menos se sabe que floreció en el día de Navidad del año 1881. Esta espina santa se cree que fue llevada a Inglaterra en el año 31 por José de Arimatea, cuando fue a enseñar el cristianismo a los bretones. Al llegar a Wearyall Hill, cerca del pueblo actual de Glastonbury, el enterró su bordón en la tierra para indicar su intención de permanecer allí; y dejándolo allí, con su punta en la tierra, la savia le dio nueva vida, le hizo echar hojas y floreció por siglos, esta noble especie. Algunos dicen que floreció en el momento en que el bordón se introdujo en el suelo congelado. La venta de sus flores, ramitas y cortes produjo gran entrada a un monasterio que fue construido cerca de la escena del milagro. Fue finalmente destruida por los puritanos como reprobación de la superstición de que acusaban a los seguidores de la Iglesia Católica.
 
Otro espino famoso es el del castillo de Cawdor, escena de la tragedia de Macbeth. Al primer caballero de Cawdor se le dijo en un sueño que cargara un asno de oro, y lo permitiera vagar libremente, y que construyera un castillo en donde el asno parara. Así lo hizo el caballero y el asno se echó debajo del espino blanco. La dirección del sueño se obedeció tan implícitamente que el arquitecto construyó la primera torre con el espino en el centro, y su tronco envejecido se ve todavía en el calabozo y sus ramas penetrando en las grietas de las paredes, y sus raíces extendidas debajo de las alas del castillo. Una vez al año lord Cawdor reúne sus invitados alrededor del tronco y ellos brindan al espino, brindando así por la casa.
 
Algunos mantienen que la corona de Cristo viene de la acacia, mientras que otros dicen fue el acebo el arbusto del cual se sacaron las espinas. Verdaderamente el nombre de este último significa "santo" y fue solamente por descuido en el uso de la última vocal que llegó a ser como lo conocemos hoy día. El uso de decoraciones de Navidad prueban aún más su asociación con el incidente de las Escrituras. El púrpura del musgo estenocropo y la mancha roja del crucifijo belga marcan donde cayó la sangre del crucificado en la hora de la agonía, como el color del botón rojo, que Judas se colgó del mismo.
 
La verónica se reconoce en botánica con el nombre de verónica chamoedrys, pero su nombre es recuerdo de las historias, pues en su camino al calvario, Cristo se paró por un momento mientras la Verónica le enjugaba el rostro limpiándole la sangre y el sudor. El paño que ella usó, quedó milagrosamente manchado de ahí en adelante con la sangre, en la forma de su rostro, una vera ikonika o sea verdadera imagen; de ahí viene el nombre verónica. Cuando la sangre cayó a las flores que ella llevaba, se contagiaron de la sagrada impresión y de ahí tomaron el nombre porque se cree que muestran una semejanza con la marca del paño.
 
El "reloj de montaña" como lo llaman los árabes, es una flor extraña que se dobla, de pétalos curvados, y un rojo carmesí mirando hacia abajo, como si esperara que la tierra encontrara en ella un tesoro, abunda en la Tierra Santa donde fue dedicada a la Virgen porque las espadas de dolor que atravesaron su corazón, están simbolizadas en la gota de sangre del corazón de esta flor. Por la misma razón se le llamó también monja sangrante.
 
Otras leyendas relacionadas con la crucifixión están indicadas en el nombre de "gotas de sangre de Cristo" como se llama en Palestina a la anémona escarlata; en la selección del almendro florido como símbolo de la Virgen; en la reputación que tiene el junco, o la cola de gato, de que fue el cetro que los judíos pusieron en las manos de Cristo cuando se burlaban de él; en la declaración monástica de que la adormidera roja contiene una revelación divina, puesto que tiene una cruz en el centro; en la costumbre de las islas Canarias de partir el banano a lo largo y no al través pues cuando se corta al través muestra el símbolo de la crucifixión; y en la historia de los higos del Convento Cisterciano de Roma, de que cuando se cortan al través muestran una cruz verde en la pulpa blanca con cinco semillas en sus ángulos representando las cinco heridas.
 
La rosa de Sharon se considera símbolo de la resurrección, pues cuando las flores caen los pétalos son llevados por el viento a lugares distantes, para echar raíces y florecer de nuevo.
 
La verbena (Verbena hastata) que se usó una vez para engalanar a los pobres brutos que se llevaban a los sacrificios, en Roma, se ha conocido hace tiempo como la hierba santa. Los griegos la llamaban así; los druidas y romanos la empleaban en ceremonias místicas y mágicas y como droga; así fue adaptada fácilmente por los cristianos, y se convirtió en una de las flores de la crucifixión.
 
Debido a que el tártalo da un jugo lechoso, se le llamó pezón de virgen, aun cuando no tenemos idea de cuál es la tradición que pueda relacionar esta planta con ningún acto o palabra de la virgen.
 
El lirio blanco, así como la azucena o planta santa, se consagró a ella. Los "lirios de la madona" florecen en la madrugada del Domingo de Resurrección; se adelantan a las varitas de José que fue la flor que llevaba el ángel de la Anunciación. Caminando en el jardín de Zacarías y meditando la gran responsabilidad que había caído en ella como madre del Redentor, la Virgen tocaba a menudo las flores que hasta entonces no tenían aromas y a su contacto despedían un perfume delicioso. Estos fueron sin duda alguna los lirios.
 
El descuido de los escritores antiguos nos dejan en la duda del nombre de la planta a la que se hizo referencia en el Sermón de la Montaña. La florecita que llamamos Estrella de Belén, cuyo bulbo lo tuestan y comen los orientales, es como parte de la misma luz que brilló en el cielo cuando Cristo nació, pues después de que la estrella condujo a los pastores y magos hasta el pesebre, partió como un meteoro, esparciendo acres de flores en los campos. Es como si hubieran sido sacadas de la gloriosa compañía de los cielos para la gran gloria del Niño. José, al salir en la madrugada, recogió de la tierra invernal ramilletes de ellas y echándolas en el regazo de la Virgen dijo: "Mira, la estrella en el este ha caído y producido el fruto de su bondad".
 
Hay además el eléboro o eléboro negro, la rosa de Navidad o flor de Navidad. Desde épocas remotas se la tenia en aprecio aunque se creía que absorbía ese mal olor de los enfermos. Los griegos creían que curaba la locura y al enviar a los enfermos a Anticyra donde las plantas crecían, se permitían una de las pocas curas disponibles para los pobres pacientes, ya que en aquel entonces no tenían ni hospitales ni asilos.
 
En el tiempo de la Reina Isabel el eléboro curaba la melancolía y en Alemania se le relacionaba con Hudah, la diosa del matrimonio, y de ahí se le dio el nombre de rosa de Navidad. La historia de su nacimiento es la siguiente: La noche en que los cielos cantaron a los pastores de Belén, una niñita siguió a sus hermanos, los pastorcillos, guiados por la estrella. Cuando ella vio a los reyes magos reunidos en la posada, ofreciendo vasijas de oro y telas de seda al Niño y a su madre, se colocó tímidamente entre la multitud, sintiéndose muy infeliz de tener sus manos vacías ya que la mirada del Niño le había maravillado y deseaba testimoniarle su amor. Ella no tenía nada, ni dinero con que comprar, y así después de un momento dio media vuelta hacia las colinas, silenciosas. Pero cuando había regresado a su rebaño, en el borde del desierto, bajo las estrellas silenciosas, inesperadamente brilló una luz a su alrededor presentándose uno de los ángeles anunciadores, una criatura gloriosa cuya túnica era como de polvo de plata y cuyos bucles eran como el sol.
 
- "Niñita", le dijo, "¿por qué llevas pena en tu corazón?"
- "Porque no puedo dar alegría al Niño de Belén", le contestó.
 
Con una sonrisa, el espíritu movió un lirio que llevaba y de pronto el suelo se cubrió de rosas de Navidad. La niña se arrodilló con un grito de alegría, llenó sus brazos de flores, y corrió hacia la villa en donde la gente le abrió paso llena de admiración por la carga que llevaba en una noche de invierno. Cuando llegó al pesebre el pequeño niño olvidándose de las piedras y oro traídas por los magos, extendió sus manecitas hacia las flores, y sonrió cuando los pastores las ponían a sus plantas.
 
El crisantemo que nació al mismo tiempo que el Niño de Belén, fue el recuerdo que señaló a los reyes que habían llegado al lugar a donde la estrella les había conducido; pues buscando por los estrechos senderos hacia la villa, a la caída de la noche, estos jefes de tribus y predicadores de doctrinas, se preguntaban qué sería lo que se le iba a presentar. No había júbilo entre la gente que denotara un suceso extraño; no había bienvenida celebrada con música, baile o fiesta; todo era silencio y tristeza, cuando a una palabra del Rey Melchor, la caravana paró.
 
- "Este es el lugar, dijo, mirad. Aquí hoy una flor raidada en la forma de la estrella que nos ha guiado y que todavía está encima de nuestras cabezas".
 
Al agacharse Melchor para recoger la flor, la puerta del establo se abrió por sí misma y los peregrinos entraron. Melchor colocó el crisantemo en la mano extendida para recibirlo, la manecita del recién nacido, y todos se arrodillaron delante de la deslumbradora presencia que sostenía como un cetro la flor de invierno con la blancura semejante a la estrella guía de los Reyes Magos.
 


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