miércoles, 20 de junio de 2018

LA APERTURA DE LOS CHAKRAS PARA SANARNOS A NOSOTROS MISMOS


La palabra chakra proviene del sánscrito y significa «rueda» o «disco». Descrito como un remolino que gira, éste es un punto de intersección donde se encuentran la mente y el cuerpo. También han recibido el nombre de lotos, recurriendo así al modo de los pétalos que se abren, con el que se describe metafóricamente la apertura de un chakra.
 
Estas flores tienen carácter sagrado en la India. Como brotan del barro, simbolizan el camino de la evolución que recorre el ser, primitivo al principio, hasta el pleno florecimiento de su conciencia: lo que refleja el camino desde el chakra base, arraigado en la Tierra, hasta el «loto de mil pétalos» de la corona.
 
Como el loto, los chakras tienen «pétalos», cuyo número varía de unos a otros. Al igual que las flores, pueden estar cerrados o abiertos, marchitos o apuntando la floración, según el estado de la conciencia que contienen.
 
Estos centros son puertas de acceso entre distintas dimensiones; en ellos la actividad de una determinada dimensión, pongamos por caso la emotiva, conecta con otra e interacciona con ella, como puede ser el cuerpo físico. Esta interacción, a su vez, matiza nuestras actividades en el mundo exterior y nuestras relaciones con los demás.
 
Tomemos por ejemplo la experiencia emocional del miedo, que afecta de diferentes maneras a nuestro organismo. Notamos un hormigueo en el estómago, se acelera la respiración, la voz y las manos tiemblan. Tales síntomas revelan nuestra falta de seguridad para enfrentarnos al mundo y entonces somos tratados por los demás de forma negativa, con lo que el miedo se acentúa. Ni siquiera es necesario que derive de ninguna circunstancia real y presente, sino que puede ser un residuo de la infancia que, encerrado todavía en el chakra, determina nuestro comportamiento. Por esta razón, cultivar los chakras es sanarnos a nosotros mismos, liberándonos de viejas pautas restrictivas alojadas en el cuerpo o en la mente, o de comportamientos consolidados.


La suma total de los chakras forma en nuestro cuerpo una columna vertical llamada Sushuna. Esa columna es un canal central integrador. Podemos concebirla como una «superautopista» por donde viajan esas energías, al igual que nuestras carreteras asfaltadas sirven para la distribución de las mercancías del fabricante a los consumidores. Cabe decir que Sushuna transporta las energías psíquicas desde su origen, conciencia pura (Dios, la Divinidad, la Fuerza, la Mente Divina, la Naturaleza, etc.) al consumidor, que es el individuo mental y físico, habitante del plano terrestre. Y podríamos considerar a los chakras como grandes urbes localizadas a lo largo de esa autopista, cada una de ellas responsable de producir su propia variedad de artículos.
 
Mejor aún sería visualizarlos no como ciudades, sino como cámaras sagradas de un templo que es el organismo, donde la fuerza vital de la conciencia puede confluir a diferentes niveles. Tendidas junto a esa carretera, alrededor de ella o cruzándola, encontramos numerosas vías secundarias, como los meridianos de la acupuntura china y los miles de «nadis» que los indios descubrieron en el cuerpo sutil. Representan algo así como la red telefónica, las tuberías del gas o las canalizaciones. Son canales especiales para determinados tipos de energía, todos los cuales pasan por el mismo vórtice.
 
En el plano físico, guardan correspondencia con los ganglios nerviosos, donde se registra una intensa actividad, y también con las glándulas del sistema endocrino, no debemos imaginar que sean sinónimos de ninguna estructura del cuerpo físico, puesto que existen en el cuerpo sutil.
 
Sin embargo sus sobre el cuerpo físico son intensos, como puede atestiguar cualquiera  que haya experimentado la energía de la Kundalini. Yo opino que los chakras articulan el desarrollo de aquél, igual que la mente actúa sobre nuestras emociones.

El contenido de los chakras se forma, en su mayor parte, por las pautas repetidas de nuestros actos en la vida cotidiana, ya que nosotros mismos somos siempre el punto central de dichas acciones. Los movimientos y los hábitos reiterados generan formas y acciones en el mundo que nos rodea. No obstante, la programación que recibimos de nuestros padres y nuestra cultura, la constitución corporal física, las situaciones en que nacemos y la información acumulada en vidas anteriores son también factores importantes. A menudo estos patrones son observados por los clarividentes mientras visualizan los chakras, y las interpretaciones de aquéllos suministran claves importantes acerca de nuestro comportamiento.
 
Al igual que una carta astrológica, indican las directrices principales y las tendencias de nuestra personalidad, pero no denotan nada que no pueda cambiarse, de tal manera que el conocerlas nos pone en guardia frente a lo negativo y nos indica lo positivo susceptible de mejora.

Las pautas contenidas en los chakras tienden a perpetuarse mediante esta interrelación con el mundo exterior; de ahí la idea de karma, una pauta que se forma a través de la acción. Debido a ello, sucede a veces que uno queda como atrapado en la pauta de acción de algún chakra, que se reproduce sin cesar a sí misma; es lo que se llama un «bloqueo» de ese chakra, y que nos aprisiona en un nivel determinado, como puede ser una determinada relación personal, un empleo, un hábito o, más a menudo, una cierta manera de pensar. Dicho «bloqueo» puede ser consecuencia de la hiperactividad o, por el contrario, del desarrollo insuficiente de uno de los chakras.
 
El objetivo de nuestro trabajo es purificar los chakras eliminando pautas antiguas y no beneficiosas, y dejando únicamente las influencias positivas, de modo que nuestra energía vital pueda seguir desarrollándose en otros planos superiores.
 
Los chakras se asocian con siete niveles básicos de la conciencia; cuando experimentamos la apertura de uno entramos en la comprensión del estado de conciencia que se asocia a éste. La cantidad de energía que se encuentra en un plano determinado y su calidad dependen de si el chakra respectivo se halla abierto o cerrado, o si domina la apertura y cierre en los momentos oportunos; a su vez, ello determina el volumen de actividad y la complejidad que somos capaces de soportar en cada nivel.


 
Desde el punto de vista de la evolución, los chakras son paradigmas de la conciencia que prevalecen a escala mundial en una época determinada. La humanidad primitiva se hallaba primordialmente bajo el influjo del primer chakra, cuando la supervivencia era la finalidad principal de la cultura. La agricultura y la navegación marcaron los comienzos de la era del segundo chakra. En el milenio pasado creo que estabamos pasando de la era del tercer chakra, preocupada sobre todo por el poder y explotación de la energía, al cuarto chakra, que es dominio de la cordialidad, y cuyas manifestación son el amor y la compasión.
 
No hay poderoso sin poder, ni poder sin un poderoso. poderoso es Shiva. El poder es Shakti, la Gran madre del Universo. No existe Shiva sin Shakti, ni Shakti sin Shiva.
 
En la mitología hindú, estas dos fuerzas polares se representan mediante las divinidades. El principio masculino (Shiva) se identifica con la conciencia no manifestada. Representa la felicidad y se le concibe como un ser sin forma, sumido en la meditación. Shiva es el potencial divino inactivo, igual a conciencia pura, separado de sus manifestaciones. A veces le llaman «el destructor», porque es la conciencia sin forma, siendo muchas veces necesario destruir la forma para llegar a la revelación de la ciencia. Se considera que Shiva reside en el chakra corona.

Shakti, la contrapartida femenina de esa conciencia inactiva, es la vivificante, la creación entera y la madre del Universo. Como creadora del mundo, Shakti es la inventora de Maya, palabra que se traduce habitualmente por «ilusión», aunque tenía en el primitivo idioma sánscrito el significado de lo mágico, el arte, la sabiduría, y de un poder extraordinario. Maya es la sustancia del Universo manifiesto, la dueña de la creación divina. El término corresponde a una proyección de la conciencia, pero no a esa conciencia misma. Por eso, se dice que «cuando ha madurado el karma, Shakti anhela crear y se envuelve en su propia maya».
 
La raíz shak significa «poder» o «capacidad». Es gracias a la unión con Shakti cómo la conciencia de Shiva desciende y puede abarcar el universo impregnándolo de Conciencia Divina. Entre los mortales la mujer procrea el hijo, pero sólo cuando ha recibido la semilla del hombre. Así también Shakti produce el Universo, pero sólo mediante la «semilla» de la conciencia que proviene de Shiva.

En correspondencia con las dos corrientes que mencionaba, ambas deidades tienden a aproximarse entre sí. Shakti, conforme se eleva de la Tierra, es descrita como «la aspiración divina del alma humana», mientras que Shiva, el que atrae desde arriba, es «la atracción irresistible de la gracia divina» o manifestación. En la relación entre estas deidades unidas en un eterno abrazo amoroso quedan comprendidos tanto el mundo fenoménico como el espiritual.
Shiva y Shakti residen en cada uno de nosotros. Sólo hace falta practicar determinados principios para favorecer la unión de estas fuerzas, lo que nos permitirá mirar más allá del velo de Maya; es decir, alcanzar la realización de la conciencia, actualmente envuelta en la ilusión. Cuando esto suceda tendremos a nuestro alcance, como prometían las antiguas doctrinas, el arte, la sabiduría y todas las potencias de la creación.

En la mitología hindú el origen del cosmos se explica como una evolución que partió de un fondo no manifiesto llamado prakriti, donde se entretejen tres fibras llamadas gunas. Estas representan las tres «cualidades» esenciales que determinan la constitución del universo, y corresponden a lo que llamaríamos, en términos modernos, la materia, la energía y la conciencia.
 
La primera de las tres gunas se llama tamas, y representa la materia, la masa, o la inercia, entendida como resistencia que se opone a una fuerza. Es prakriti en su forma de mayor densidad.
 
La segunda guna es rajas y representa la energía en sus modalidades de movimiento, fuerza, superación de la resistencia; es prakriti en su forma energética y cambiante.
 
La tercera guna es sattva, que quiere decir mente, inteligencia o conciencia. Es prakriti en su forma abstracta.
 
Las gunas pueden describirse también como: tamas (la fuerza magnética), rajas (la fuerza cinética) y sattva (la fuerza equilibradora entre ambas).
 
En el proceso permanente de creación cósmica, las tres gunas se entretejen para formar los distintos estados o planos de la existencia que experimentamos. Partiendo de un estado básico de este equilibrio, éste se mantiene gracias a un flujo constante entre las gunas. En algunas circunstancias predominará tamas y nos aportará materia. En otras prevalecerá rajas, comunicándonos energía. Y a veces domina sattva y las cualidades de la mente y el espíritu adquieren prioridad frente a la materia y la energía. En todo caso, cada una de las tres gunas retiene siempre tu esencia.
 
Se cree que la totalidad de las gunas es una constante, de conformidad con los principios de conservación de la energía que acepta la física moderna. Es como si variase el número de cabellos de cada guedeja que compone una trenza, sin alterar el grueso de la misma. Ahora bien, todos los chakras están constituidos per diferentes proporciones de las tres gunas; estas les cualidades son la esencia de una sustancia básica primordial y única.
 
Juntas abarcan toda la danza del Universo, pero consideradas por separado mantienen su entidad diferente. Las gunas describen los pasos de una danza cósmica; estudiando su interrelación podremos aprender esos pasos y entrar en la rueda. Todos los chakras constan de estos ingredientes, aunque en distintas proporciones. La materia o tamas rige los chakras inferiores; la energía o rajas los intermedios, y la conciencia o sattva los superiores. En todos los niveles, sin embargo, se encuentra cierta proporción de los demás ingredientes, y esto se cumple en todos los seres vivos. En el equilibrio que componen esas tres categorías básicas radica nuestro propio equilibro de la mente, el cuerpo y el espíritu.
 
 

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